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13/07/2020 Eduardo Zbikoski

Transporte público: la historia sin fin de un sector que siempre superó todos los obstáculos

Transporte público: la historia sin fin de un sector que siempre superó todos los obstáculos

La historia del transporte público es casi tan antigua como la de la humanidad. Su primera versión se identifica con la imagen de varias personas montando animales que, después de la invención de la rueda, se convirtió en un carro. No se trató de un proceso inmediato: el fabuloso invento data del 3500 a. de C. mientras que su uso para el traslado se registra unos dos mil años después, alrededor del 1600 a. de C.

Los cambios revolucionarios en la civilización humana se caracterizan por el ritmo con el fueron sucediendo. En el caso del transporte público, se necesitaron siglos de nuevos conocimientos y experiencias para llegar a un concepto similar al que hoy tenemos en términos de traslados colectivos. La aceleración de la historia que se inició a principios del siglo veinte supuso también no solo la institucionalización de los medios de transporte público como una necesidad básica de la sociedad, sino también la inauguración de una etapa de mejoras constantes que permitieron la adaptación de los vehículos a los imperativos de eficiencia requeridos por la sociedad humana.

En 1662, el reconocido matemático, físico y filósofo, Blaise Pascal fue el primero en crear una línea de vehículos públicos que circuló durante poco más de una década por las calles de París. Era un servicio de distintos recorridos realizados con carruajes tirados por caballos con una capacidad para ocho pasajeros. La idea fue bien recibida al principio aunque reservada para nobleza -que ya tenía sus propios medios de transporte- y prohibida para el resto de la población que, aunque necesitara el servicio, no podía enfrentar el costo. Estas dos variables junto con un creciente caos en el tránsito provocaron que la novedad desapareciera para 1675.

Sin embargo, la expansión de las ciudades y el desarrollo económico revelaron con el tiempo la necesidad de conectar lugares alejados entre sí para salvar distancias demasiado largas para caminar: vehículos colectivos a precios accesibles para toda la población.

Unos 150 años después, también en Francia, comenzaron a circular los primeros ómnibus o vagones de pasajeros tirados por caballos que tenían capacidad para hasta 42 pasajeros. En 1828, el servicio también tuvo éxito en Nueva York y su popularidad se extendió por todo el mundo.

Desde aquel momento, la historia del transporte público es el relato de los desafíos superados por el sector para mejorar el servicio: desde colocar asientos con relleno hasta diseñar pasamanos y soportes seguros para los pasajeros que viajaban parados. Años más tarde llegaría el tranvía, el tren y el subte junto con la introducción en la década de 1920 de los motorbus que implicó un positivo ajuste en el tiempo de los viajes.

Las puertas traseras, los timbres eléctricos, los asientos cada vez más ergonómicos, el aumento de la capacidad de pasajeros en cada vehículo, las máquinas expendedoras de boletos, el aire acondicionado, los espacios dispuestos para sillas de ruedas, las rampas mecánicas y la incorporación de sistemas de pago sin intercambio de dinero, como la tarjeta SUBE en nuestro caso, entre decenas de pequeñas y grandes mejoras, perfilaron el concepto de colectivo actual que supo adaptarse a las necesidades de sus usuarios.

Hoy, la pandemia que mantiene en alerta a toda la humanidad, plantea nuevos desafíos para el sector del transporte público que, todavía limitado por el necesario imperativo de la distancia social y del aislamiento, ya proyecta modificaciones a futuro que permitirán su necesario funcionamiento.

Lejos del fin de un sistema que facilita el desarrollo de las sociedades conectando a las personas con sus trabajos en ciudades cada vez más extensas, el transporte público sobrevivirá a pesar de este golpe. ¿Por qué? Porque no todos cuentan con vehículos propios para trasladarse, porque aunque muchos puedan teletrabajar no es el caso de todos, porque la velocidad de las bicicletas no puede compararse con las ruedas de un motor ni tampoco pueden enfrentar las inclemencias del clima, porque si todos salen a las calles en sus propios autos –que no compartirán por temor al contagio- el tránsito terminará colapsando y porque el confinamiento ha probado que la reducción masiva de vehículos disminuye significativamente la contaminación del aire.

Algunas de las respuestas del sector ya son visibles como el aislamiento de los choferes, la intensificación de los protocolos de desinfección, la ventilación constante y el ingreso por la puerta trasera, entre otras medidas que serán incorporadas a medida que el panorama respecto de la acción del virus se estabilice.

De todas maneras, las experiencias en el mundo parecen indicar que el espacio compartido en los transportes públicos no constituye una gran fuente de propagación del virus. En principio, claro, se debe a las medidas de los gobiernos de limitar el uso a los trabajadores esenciales para evitar las  aglomeraciones y el acostumbrado contacto físico estrecho que suponían hasta ahora los viajes en colectivo, tren y subte.

Un artículo publicado en Bloomberg -https://www.bloomberg.com/news/articles/2020-06-09/japan-and-france-find-public-transit-seems-safe- cuenta que en Francia y Japón, por ejemplo, registraron muy pocos casos de COVID-19 asociados al uso de medios de transporte público. Durante casi un mes, en el país europeo no surgió ni un solo grupo de contagio en sus seis redes de subtes ni en sus trenes y tampoco en sus ómnibus urbanos. En el caso de Japón, cuando a fines de mayo se levantó el estado de emergencia, la mayoría de los infectados estaban asociados a gimnasios, bares y salas de karaoke.

Los especialistas señalan que se trata de un esfuerzo conjunto entre las empresas de transporte público y los usuarios. Mientras que las primeras deben disponer de rigurosas medidas de desinfección y ventilación, además de indicaciones físicas de la distancia social adecuada entre pasajeros junto con posibles rediseños en la ubicación de los asientos y de estrategias que aprovechen al máximo los recursos tecnológicos que permiten conocer las frecuencias, los tiempos de viaje y hasta la reserva de asientos; los segundos tienen la responsabilidad de cumplir con ciertos criterios de circulación: el uso de máscaras, el respeto de las distancias y la conversación limitada ya que hablar resulta un dispersor muy efectivo del virus.

Así como a lo largo de su historia el transporte público siempre supo adaptarse a las posibles amenazas que pusieron en cuestión su existencia y se mantuvo vigente como una necesidad básica del ser humano, hoy el sector enfrenta el contexto de la pandemia con la seguridad de la experiencia y con el desafío de reinventarse para una nueva normalidad todavía incierta.